Las movilizaciones
sociales demandando educación pública, se han volcado a las calles propiciando
la discusión obligada en los distintos escenarios del acontecer nacional.
Seguramente han de haber sido miles, los debates, discusiones, diagnósticos
sobre nuestra realidad educativa. Datos que ayer eran conocidos sólo por
expertos, hoy son obviedades para toda la población. La apropiación de la comunidad
en los temas educativos y la problemática actual es el principal triunfo del movimiento estudiantil. Sin embargo, la
respuesta desde la clase política ha sido siempre desde la perspectiva de las
medidas y soluciones individuales. Perfeccionar el sistema ha sido el modo
principal de respuesta a las demandas ciudadanas. Perfeccionamiento que no resuelve el problema
de fondo y están lejos de garantizar lo que la ciudadanía espera. Solo se ofrecen mitigaciones y alivios
rudimentarios.
Lo público, el
carácter gratuito y la capacidad de producir educación de calidad, constituyen
la única manera en que una comunidad puede garantizarse para sí la satisfacción
del derecho a la educación. La educación pública y gratuita es posible.
Proveerla con calidad es no sólo posible, sino además indispensable.
Hoy la gran mayoría de los chilenos estima que
el sistema de educación superior impuesto por el régimen de Pinochet en los
años ochenta enfrenta su crisis terminal. Ello explica el respaldo entregado
por la ciudadanía a las movilizaciones estudiantiles, que están lejos de
detenerse si no se materializan propuestas concretas de solución.
El reclamo para que el Estado asuma su
responsabilidad en la entrega de una educación pública de calidad y sin
segregación social a todos los jóvenes de Chile, se ha instalado en la agenda
nacional.
La privatización del sistema de educación
superior ha multiplicado las universidades privadas, que reúne a 55% de los
estudiantes[1]. En
ellas se realiza escasa investigación y extensión, no hay carrera académica y
no se practica la democracia interna. Su propósito, al igual que el de toda
empresa, es maximizar ganancias y reducir costos, en este caso a costa de un bien público. La
educación ha sido negada como derecho ciudadano para ser convertida en asunto
de negocios.
La mal entendida "libertad de
mercado" ha creado una sobresaturación del mercado laboral para algunas
profesiones, que tiene como consecuencia, entre otras cosas, una presión a la
baja de los salarios por debajo de la deuda promedio contraída para pagar
aranceles. Además, la privatización total del subsistema de educación
técnico-profesional lo ha debilitado profundamente[2].
Por otra parte, la segmentación de los
sistemas de financiamiento por tipo de universidad (Crédito Solidario y Crédito
con Aval del Estado), ha generado profundas desigualdades e incentivos
perversos, como la especialización de ciertas instituciones educativas en
captar estudiantes de bajos recursos, a quienes, además, entrega la educación
de peor calidad.
La muestra más escandalosa de lo que produce
esta competencia de mercado, ha sido la generación de un incentivo perverso
para crear carreras ficticias sin demanda y sin sentido académico. El caso de
la carrera de Criminalística de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM)
es el ejemplo más conocido de aquello[3].
La Educación como derecho
Para proveer un bien público, que es constitutivo
de derecho, es imprescindible contar con un sistema público de educación, que
satisfaga las necesidades de la totalidad de la población educable de un modo
gratuito y satisfactorio.
La existencia de un sistema público
educacional no implica obstruir o impedir la existencia de prestadores
privados, con o sin fines de lucro. Sin embargo, la oferta educativa del país y
el diseño de la educación que Chile requiere, no serán asuntos donde la
participación de privados forme parte. Por esto, los fondos públicos directos
deben ser sólo para instituciones públicas y suficientes para garantizar la
satisfacción de las obligaciones que al Estado le implica el cumplimiento del
derecho social “educación”[4].
El Estado no sólo debe garantizar la educación como derecho, sino
además promover áreas relevantes para el desarrollo, enfocándose en necesidades
del país. Para esto, el Estado debe hacerse cargo, previo diagnóstico, de las necesidades relevantes a todo nivel
(económico, político, social, cultural) y definir cuotas ideales de generación
de profesionales y especialistas, además de promover investigaciones en áreas
de interés; otorgando beneficios excepcionales (esto es, más allá de los
derechos y a modo de incentivos) para quienes acudan a cubrir dichas
necesidades.
Esta prerrogativa del Estado no supone darle a
éste el poder de suspender derechos a quienes quieran concurrir hacia áreas no
preferentes, sino simplemente lo faculta para estimular aspectos de interés
nacional.
Reforma tributaria
Dado el actual escenario político-social, es
imprescindible contar con un modelo de financiamiento inmediato y anterior a
cualquier Reforma Tributaria, ya que los recursos que ella proveería se demoran
en llegar. Además, el debate tributario no puede relegar el debate educativo
que hoy vive el país.
El 90%
de las familias chilenas reciben ingresos que no les permite financiar la
educación de sus hijos. Como muestran los datos de la última encuesta CASEN, el
primer decil de ingresos recibe mensualmente en promedio $ 114.000 mientras el
noveno decil obtiene $ 1.150.000 por grupo familiar[5].
Considerando que los aranceles universitarios mensuales son de alrededor de $
250.000[6], es
imposible que el 90% de las familias puedan pagar, en términos reales, la
educación superior para sus hijos sin someterse a la lógica del endeudamiento.
La gratuidad de la enseñanza debe operar sobre
el 100% de las familias chilenas. La educación es un derecho social y como tal
se garantiza cuidando su carácter de bien público. Su inclusión en un mercado
altera el carácter universal, pues establece precios y rangos de calidad
asociados a ello.
El discurso instalado en el Chile actual por
las autoridades de gobierno y la clase política señala que los pobres deben
estudiar de modo gratuito o con facilidades de financiamiento, mientras que los
ricos deben pagar por su educación. La verdad es que la justicia social es algo
más profundo: supone que los más afortunados financien la educación de los que
lo son menos. Y ello debe hacerse mediante el pago de tributos. Y es que la
forma de proveer de recursos al Estado para solventar derechos sociales y
producir bienes públicos es el cobro de impuestos. Por ello, en el mediano
plazo resulta imperativo contar con una Reforma Tributaria que asegure el
financiamiento de la educación pública gratuita.
A pesar de lo anterior, es importante añadir
que la Reforma Tributaria que Chile requiere no debe ser únicamente en función
de las necesidades de nuestro sistema de educación pública, sino que también
debe encargarse de las profundas transformaciones que nuestros sistemas de
salud y previsión demandan.
En efecto, un sistema tributario más justo y
sostenible en el tiempo debiera fundamentarse en tres pilares principales:
equidad vertical, es decir un sistema de tasas progresivas en las que el que
más gana, más aporta; equidad horizontal, en la cual a igual renta le
corresponde igual carga tributaria; y finalmente un principio de no
discriminación en el sentido de cargas tributarias ciertas tanto para personas
como para entes jurídicos.
Además
es justicia que los estudiantes chilenos sometidos al sistema crediticio, para
poder estudiar, deben ser reparados por
haber recibido condiciones de financiamiento que lesionaron sus derechos. Los
créditos privados cursados hasta ahora, sus intereses y los estudiantes de todo
el sistema, público y privado, requieren reparación.
[1] Consejo
Nacional de Educación: Proceso de Matrícula 2011. http://www.cned.cl/public/Secciones/SeccionIndicesEstadisticas/doc/Estadisticas2011/estd/03_EMMatriculas11v5.pdf
[2] En Chile existen –reconocidos
por el Ministerio de Educación el año 2011- 44 Institutos Profesionales y 73
Centros de Formación Técnica, todos de carácter privado y fundados en su
mayoría en la década de 1980. http://www.mineduc.cl/index2.php?id_portal=38&id_seccion=3245&id_contenido=13125
[3] El
año 2004, los alumnos de la carrera de Perito Criminalístico de la Universidad
Tecnológica Metropolitana (UTEM) se encontraron con que al egresar de sus
carreras no tenían campo laboral, puesto que las labores de perito criminal
eran efectuadas por funcionarios judiciales o de la Policía de Investigaciones.
Un grupo de cerca de 500 estudiantes presentaron una querella contra el
entonces rector Miguel Avendaño, por los delitos de estafa, malversación de
caudales públicos y otros delitos funcionarios.
[4] La legislación vigente que
regula el Aporte
Fiscal Directo (AFD), son el DFL
Nº4 de 1981, el Decreto Nº128 y
sus modificaciones. El AFD es el principal instrumento de
financiamiento basal que Estado destina a las universidades del Consejo de
Rectores de Universidades Chilenas (CRUCH). El aporte reside en un subsidio de
libre disponibilidad que es asignado en un 95% conforme a criterios históricos
y en un 5% de acuerdo con indicadores de desempeño anuales (en relación a la
matrícula estudiantil, el número de académicos con postgrado y el número de
proyectos y publicaciones de investigación de excelencia). En el año 2010,
el monto total entregado por concepto de AFD fue de $150.793.167 (pesos
chilenos). http://www.divesup.cl/index2.php?id_portal=38&id_seccion=3063&id_contenido=12222
[5] Encuesta de Caracterización Socio-Económica Nacional (2009). Cifras en pesos chilenos de Noviembre de 2009. http://www.mideplan.gob.cl/casen2009/distribucion_ingreso_casen_2009.pdf
[6] Consejo
Nacional de Educación: Aranceles 2011, Instituciones de Educación Superior. http://www.cned.cl/public/Secciones/SeccionIndicesEstadisticas/doc/Estadisticas2011/estd/09_EMArancel.pdf
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