lunes, 22 de diciembre de 2014

El estado y la violencia

Costado Departamento Provincial de Educación, Colchagua. San Fernando
Fotografía: M.CintyaB.G.

Los jóvenes sienten la necesidad imperiosa de comunicar aquello que los medios imperantes, no atienden. Ante la imposibilidad de ser escuchados, las paredes reciben el rasgar de sus plumones para gritar al transeúnte. 
Las Murallas de San Fernando se transforman en páginas, cual libro abierto de declaraciones, que muestran el verdadero pensamiento de una juventud ausente que empuja por ser presente.
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“El estado cuestiona el uso de la violencia, pero no tiene problemas, en usarla cuando ve afectados los intereses de los poderosos”
“Todo Estado está fundado en la violencia”, dijo Trotsky en Brest-Litovsk […] La violencia no es, naturalmente, ni el medio normal ni el único medio de que el Estado se vale, pero sí es su medio específico.
Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del ‘derecho’ a la violencia.
El Estado, como todas las asociaciones políticas que históricamente lo han precedido, es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima. Para subsistir necesita, por tanto, que los dominados acaten la autoridad que pretenden tener quienes en ese momento dominan. ¿Cuándo y por qué hacen esto? ¿Sobre qué motivos internos de justificación y sobre qué medios externos se apoyan esta dominación?
“En principio existen tres tipos de justificaciones internas, de fundamentos de la legitimidad de una dominación. En primer lugar, la legitimidad del ‘eterno ayer’, de la costumbre consagrada por su inmemorial validez y por la consuetudinaria orientación de los hombres hacia su respeto. Es la legitimidad ´tradicional’, como la que ejercían los patriarcas y los príncipes patrimoniales de viejo cuño. En segundo término, la autoridad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee. Es esta autoridad ´carismática´ la que detentaron los profetas o, en el terreno político, los jefes guerreros elegidos, los gobernantes plebiscitarios, los grandes demagogos o los jefes de los partidos políticos. Tenemos, por último, una legitimidad basada en la ‘legalidad’, en la creencia en la validez de preceptos legales y en la ‘competencia’ objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas, es decir, en la orientación hacia la obediencia a las obligaciones legalmente establecidas; una dominación como la que ejercen el moderno ‘servidor del Estado’ y todos aquellos titulares del poder que se asemejan a él.”
Extracto de una conferencia ofrecida por
Max Weber ante la Asociación de Estudiantes
de Munich, durante el invierno de 1919.

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