Creencias de los profesores.
Existe gran dispersión semántica en la nominación
del término ‘creencias’, dado que han sido nominadas, indistintamente,
como actitudes, valores, juicios, axiomas, opiniones, ideologías, percepciones,
preconcepciones, disposiciones, procesos mentales internos, reglas de la
práctica, principios prácticos, etc. No obstante lo anterior, existe consenso
respecto de entenderlas como construcciones mentales válidas para los actores,
que informan y afectan de manera directa sus prácticas sociales.
Las
creencias, en general representan construcciones realizadas por los sujetos que
les facilitan la comprensión del mundo en el que viven, que inciden en sus
comportamientos y median su comprensión (Martínez Padrós 2003). Las creencias
no necesitan ser consensuadas para ser consideradas válidas, como tampoco
requieren de reglas lógicas para determinar su correspondencia con situaciones
reales. De este modo, se constituyen como verdades idiosincráticas que no
requieren una condición de verdad contrastada, dado que representan datos, supuestos
y opiniones propias o transmitidas por otros y surgidas desde los saberes del
sentido común (Carr et al., 1988).
En general, el sentido común representa el
referente central del comportamiento de las personas en la vida cotidiana, pues
les familiariza con los significados de los conceptos y categorías que les
permiten comprender la realidad y dar significado a la experiencia. Sin
embargo, las creencias pueden diferir sustancialmente de la realidad, pues se
generan a partir de experiencias acumuladas episódicamente en la memoria, pues “el
conocimiento de un tema se diferencia de los sentimientos que tengamos sobre
ese tema” (Pajares 1992). Están estructuradas sobre la base de elementos
afectivos y evaluativos, tipificando no sólo ‘lo que es’ sino que también ‘lo
que debería ser’ (Jackson 2002; Nespor 1987).
De esta manera, representan redes semánticas
personales que configuran un repertorio de supuestos y respuestas rutinarias
frente a los problemas profesionales, sin base teórica que las sustenten. En
este sentido, son simples disposiciones para la acción, aun cuando se
constituyen como determinantes críticos del comportamiento, expresados en
tiempos y contextos específicos (Ponte 1999).
No obstante lo anterior, las creencias representan
para muchos profesores una base relevante para desarrollar sus prácticas
profesionales, las que se han arraigado de tal manera en su inconsciente que
les dificulta reconocer la existencia de otras formas de realizarlas y, por lo
tanto, acuden a ellas como respuestas válidas, especialmente cuando se ven
enfrentados a situaciones desconocidas o confusas. Este hecho en muchas
ocasiones les impide aplicar una estructura adecuada de saberes, dadas las
limitaciones, problemas e inconsistencias propias de su naturaleza (Nespor
1987). Sin embargo, es justo reconocer el trabajo silencioso y sistemático de
muchos profesores que luchan contra ellas y logran superarlos a partir de
procesos conscientes y reflexivos (Kaplan 2004).
Las creencias son construcciones
mentales a las cuales se les asigna suficiente validez, verdad o credibilidad
como para guiar el pensamiento y la conducta (Harvey, 1986; Kitchener, 2002).
Pajares (1992) destaca que las
creencias juegan un rol adaptativo, al facilitar a las personas su definición
del mundo y de sí mismos. En el caso de los profesores, se ha señalado que sus
predisposiciones personales constituyen el factor más relevante de su “ser
profesor”, y que sus experiencias como estudiantes les han conducido a
desarrollar creencias que luego, cuando ellos mismos actúan como profesores,
trasladan a la sala de clases (Lortie, 1975; Rokeach, 1968). Por su parte,
Nespor (1987) señala que cuando un profesor encuentra un dominio confuso y las
estrategias cognitivas y de procesamiento de información habitual no le dan
buenos resultados, enfrenta la incertidumbre al no poder reconocer la
información relevante y la conducta apropiada. Entonces, al no poder hacer uso
de una estructura adecuada de conocimiento, el profesor recurre a las
creencias, con sus limitaciones, problemas e inconsistencias. Este modo de
funcionar es particularmente inadecuado en una profesión caracterizada por la
cantidad y multiplicidad de contactos interpersonales que obligan a funcionar
más por impulsos o intuición que por reflexión (Eraut, 1985). Destacando la
función cognitiva que cumplen las creencias, Nespor (1987) las describió como
ideas que definen las tareas, y prescribió una perspectiva del procesamiento
cognitivo necesario para entender esta función: él plantea que las personas
usan el pensamiento estratégico del tercer nivel (control, metacognición) para
determinar las herramientas cognitivas a fin de enfrentar la tarea, y que es
allí donde las creencias juegan un rol importante, al determinar la naturaleza
de la tarea o definir el problema. Muy cercano a este planteamiento se
encuentra el de Kitchener (1983), quien propuso un modelo de tres niveles para
explicar el modo en que las personas se aproximan a problemas complejos: los
dos primeros niveles corresponden respectivamente a la cognición y la
metacognición, es decir, a los procesos de conocimiento y a los procesos de
control de los mismos; al resolver problemas complejos, sin embargo, se pone en
juego un tercer nivel, a través del cual se monitorea la naturaleza epistemológica
del problema y el valor de verdad de las soluciones alternativas. En este
nivel, se pone en juego el conocimiento acerca del conocimiento en un sentido
propiamente epistémico, e incluye el conocimiento acerca de los límites del
conocer, de la certeza del conocimiento, de los criterios del conocimiento
válido y de las estrategias para identificar las formas requeridas para
solucionar un problema y escoger las más adecuadas; es en este nivel donde se
define la naturaleza de la tarea. Pajares (1992) concluye que las creencias, en
general, son instrumentales para definir las tareas y seleccionar las
herramientas cognitivas con las cuales interpretar, planear y tomar decisiones,
por lo que son relevantes en la definición del comportamiento y en la organización del conocimiento y la
información; y que las creencias epistemológicas, en particular, juegan un rol
crucial en la interpretación del conocimiento y el monitoreo cognitivo.
Según Rockeach (1968), un sistema de
creencias contiene representadas todas las creencias de una persona acerca de
la realidad física y social, organizadas de una forma psicológica, pero no
necesariamente lógicas. Asume tres supuestos para esta organización: que las
creencias difieren en intensidad y poder; que varían en una dimensión de
centralidad-marginalidad, entendiendo la centralidad en términos de
interconexiones con otras creencias; y que a mayor centralidad de la creencia,
mayor resistencia cognitiva al cambio. Sugiere que determinar y comprender las
conexiones funcionales entre creencias de distintos niveles puede ayudar a
establecer la centralidad de algunas creencias, y facilitar la comprensión de
las inconsistencias desde esta perspectiva. Las creencias epistemológicas son
un conjunto particular, y muy relevante, de creencias. El concepto de creencias
epistemológicas surge de la propuesta de Perry (1970) con respecto a la
evolución del pensamiento de los estudiantes universitarios de pregrado desde
una perspectiva de creencias en verdades absolutas hasta aquellas que implican
la consideración de diversas perspectivas que es necesario juzgar de acuerdo a
criterios previamente establecidos. A partir de ese trabajo, se ha desarrollado
un importante conjunto de investigaciones sobre las creencias acerca del
conocimiento y el proceso de conocer, bajo diferentes denominaciones: creencias
o teorías epistemológicas, modos de conocer, cognición epistémica,
epistemología personal, entre muchas otras (Hofer, 2002). Hofer (2001) sostiene
que la investigación en el área de la epistemología personal se ha centrado en
el pensamiento y en las creencias de los estudiantes acerca del conocer y del
conocimiento, e incluye creencias acerca de la definición del conocimiento, de
cómo se construye, cómo se evalúa, dónde se ubica, y cómo ocurre, es decir,
acerca de la naturaleza del conocimiento y de la naturaleza del conocer.
El constructo de creencias
epistemológicas y la investigación relacionada, han incluido también a las
creencias acerca de la naturaleza del aprendizaje y la instrucción y acerca de
la inteligencia, como lo comprueban Hofer et al., (1997) en su revisión del
tema. Estos autores señalan que sólo las creencias directamente atingentes al
conocimiento y a la naturaleza del conocer corresponderían estrictamente al
terreno epistemológico, y sugieren restringir el uso del concepto sólo a estos
dos tipos de creencias. De acuerdo a ellos, la exclusión de creencias relativas
a aspectos relacionados pero distintos del conocimiento, daría mayor claridad
al concepto de creencias epistemológicas. Otros autores no están de acuerdo con
este uso restringido del concepto de creencias epistemológicas; Moore (2002),
por ejemplo, señala que, dado que el principal interés de la investigación en
el tema es comprender el aprendizaje, este uso restringido del concepto deja
fuera creencias relevantes. Sostiene, por lo tanto, que es necesario incluir en
la investigación los aspectos relativos al aprendizaje. Refiriéndose
específicamente al tratamiento del tema entre los profesores, Pajares (1992)
constata que se ha usado el término creencias de los profesores para hacer
alusión a sus creencias epistemológicas en el sentido amplio, en concordancia
con lo planteado por Moore (2002).
Aunque la investigación en este campo
ha sido abundante y diversa tanto conceptual como metodológicamente Hofer,
2002), y se han propuesto varios modelos para comprender las creencias
epistemológicas y su desarrollo (Baxter-Magolda, 2002; Clinchy, 2002; 2002;
Moore, 2002;), la mayor parte de los autores, por lo menos, comparten un elemento
básico: ellos asumen que las creencias epistemológicas pueden caracterizarse en
términos de la sofisticación para entender la realidad, entre los extremos
marcados por una comprensión objetiva directa y una comprensión subjetiva
mediada por marcos de referencia que pueden ser evaluados, y que
corresponderían a los extremos de menor y mayor desarrollo evolutivo
respectivamente (Moshman, 1998). Desde una perspectiva distinta, Schommer
(1990) criticó la proposición de que las creencias epistemológicas fueran
unidimensionales y secuenciadas, proponiendo que son más bien un sistema de
cinco o más dimensiones relativamente independientes entre sí, y que no siguen
una estricta secuencia en su desarrollo: estructura, certeza y origen del
conocimiento, y control y rapidez del aprendizaje. Al interior de cada una de
estas dimensiones, sin embargo, se reconoce el continuo que va desde la
posición en que el conocimiento se conceptualiza como simple y certero y el
aprendizaje como inmediato e incontrolable por el sujeto, hasta aquélla en que
el conocimiento se concibe como tentativo y complejo, y el aprendizaje gradual
y controlado por el sujeto (Schommer et al., 2002). Así, una misma persona
podría presentar creencias cercanas a una posición en algunas dimensiones y
cercanas a la otra posición, en otras.
En un trabajo sobre la relación entre
creencias y prácticas educativas en profesores, Schraw et al., (2003)
utilizaron el concepto de cosmovisión epistemológica. Para ellos, cosmovisión
epistemológica se refiere a un conjunto de creencias que definen la actitud de
una persona hacia la naturaleza y la adquisición del conocimiento, concepto
bastante similar al de las orientaciones para la enseñanza, de Porter et al.,
(1986). Cada persona tiene un conjunto de creencias epistemológicas, pero éstas
a su vez son parte de una cosmovisión epistemológica, que puede incluir otras
creencias relacionadas, por ejemplo, acerca de cómo se adquieren, desarrollan o
cambian las propias creencias. La cosmovisión epistemológica sería la suma de
las creencias y supuestos de una persona que influyen en el modo en que ella se
acerca al conocimiento; es un concepto amplio que sugiere una perspectiva
intelectual que actúa como un lente a través del cual se mira el mundo, y que
trasciende las creencias específicas sobre el conocimiento. Los profesores que
sostienen la cosmovisión realista asumirían que existe un cuerpo de
conocimientos objetivos, al que se accede a través de los expertos por
transmisión y reconstrucción.
Este conocimiento sería compartido por
los expertos y es relativamente estable. Los profesores que tienen esta
perspectiva serían enseñantes activos, mientras los estudiantes tendrían un rol
receptivo y pasivo, para lo cual la práctica deliberada sería una estrategia
privilegiada. Los profesores tenderían a evaluar con referencia a normas, ya
que enfatizarían la comparación entre estudiantes en términos de cantidad de
objetivos o contenidos curriculares alcanzados, y serían proclives a utilizar
evaluaciones preparadas por expertos externos. Además, asignarían escasa
importancia al rol de los pares en el aprendizaje. Desde la cosmovisión
relativista, en cambio, se asume que cada aprendiz construye su propio y único
conocimiento, por lo que éste sería subjetivo y altamente modificable. Los
profesores que sostienen esta perspectiva tenderían a negar la superioridad de
cualquier conocimiento, incluso el propio, por lo que enfatizarían su rol en la
creación de ambientes en los cuales los estudiantes desarrollen su propio
pensamiento. Su objetivo principal sería facilitar la autorregulación del
estudiante para capacitarlo para el auto aprendizaje. Su evaluación haría
referencia a criterios desarrollados para cada estudiante, y darían importancia
a la autoevaluación. Los pares no serían particularmente relevantes. Desde la
cosmovisión con textualista, finalmente, se supone que los aprendices
construyen conocimiento colectivamente en contextos de colaboración. Los
profesores en esta perspectiva se percibirían como facilitadores, y se preocuparían
tanto del tipo de conocimiento construido como del proceso de construcción y de
la pertinencia del conocimiento en los contextos propios de los alumnos. El
conocimiento sería visto como modificable de acuerdo a las necesidades de cada
situación. Utilizarían evaluación cooperativa en actividades de aprendizaje, y
promoverían la interacción y el apoyo entre pares. Aunque se plantean como
discretas entre sí, estas tres cosmovisiones corresponden a aquellas posiciones
más frecuentemente identificadas por los investigadores en el continuo de la
sofisticación de los supuestos con que se asume el conocimiento. (Prieto y Contreras
2008)
Ahora bien, es necesario precisar que los
profesores no construyen sus creencias de manera intencionada y consciente, por
el contrario, las han internalizado en sus estructuras cognitivas y emocionales
de manera inconsciente, como resultado de una gran diversidad de experiencias
articuladas: las personales y las escolares. Las personales les han permitido
construir una determinada visión de sí mismos y del mundo, lo que ha resultado
en la generación de ideas sobre la familia, la cultura y las relaciones entre
escuela y sociedad, entre otros aspectos (Marcelo 2002; Durán 2001). A su vez,
las experiencias escolares acaecidas en el contexto de la cultura escolar en la
que se desempeñan les han facilitado la construcción social de creencias
respecto de la educación, la enseñanza, el aprendizaje, la evaluación y la
disciplina, entre otros aspectos (Wang 2004)
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