Factores escolares que interactúan e inciden en el proceso evaluativo.
En la actualidad es
posible reconocer que muchos autores están revelando la relación entre los
factores personales, sociales y afectivos que pueden estar interactuando en el
proceso de evaluación, y como producto de las evidencias emanadas de estos
estudios se está empezando a aceptar que los factores afectivos impactan el
comportamiento, el rendimiento y la motivación de los estudiantes, generando
sentimientos diversos (Kaplan, 2004); Gluz, et al., 2002; Jadue, 2001; Vázquez,
Alfonso y Castillo, 2001; Stiggins, 1999; Oteíza y Miranda, 1996). A modo de
ejemplificar esta situación, se pueden mencionar las expresiones de unos
estudiantes en cuanto a que: [La evaluación] «es una tortura y me desmotiva»
(Vázquez et al., 2001).
En efecto, la evaluación
puede generar sentimientos de superación o de frustración en los estudiantes,
lo que tiene gran incidencia en la imagen de sí mismo que se pueden construir,
dado que como producto de un proceso evaluativo «un ‘no se’ se puede
transformar en un ‘no sirvo’ o en un ‘no nací para ello’». Y, en un sentido
positivo, el ‘sirvo para ello’ se puede transformar en un ‘valgo mucho’ o ‘nací
para triunfar’ (Gluz et al., 2002). De este modo, su autoestima se ve afectada
en gran medida por sus éxitos y fracasos escolares, pues se ha reconocido que
estos se constituyen como «los nutrientes principales en el desarrollo de la
personalidad» (Litwin, 2005). Sobre esta base, se podría deducir que la
evaluación contribuye a la construcción de la imagen de sí mismo de cada
estudiante, la que puede ser distorsionada al generar sentimientos de
inseguridad o sobrevaloración, obstaculizando, así, la construcción de una
imagen real de sí mismos y, por consiguiente, de su identidad personal.
La evaluación, de este
modo y según sea el caso, puede incidir en una estigmatización y rotulación de
los estudiantes, generando beneficiarios o víctimas (Vázquez, 2007). La
rotulación tiene como consecuencia que el estudiante empieza a actuar acorde
con la etiqueta impuesta y por lo tanto, lo confirma: el estudiante que
reprueba pasaría a la categoría de los que nos sirven y podría pensar
que como no sirvo, nada hago y si nada hace reprobará sobreviniendo el
efecto Pigmalión o profecía autocumplida (Prieto, 2001, citando a Rist, 1977).
Ello, porque, si bien es cierto que en los inicios el rótulo puede ser una definición
falsa, con el tiempo va suscitando en el estudiante un comportamiento acorde
con el asignado, de tal forma que se transforma en una definición verdadera.
Como consecuencia de lo anterior, los estudiantes podrían generar sentimientos
de inseguridad, auto-descalificación y desvalorización de sí mismos, y aquellos
con bajas calificaciones podrían pensar que el éxito en la escuela es un
privilegio de algunos, de los supuestamente mejor dotados y/o con menos
limitaciones, aún cuando, más bien, podría ser el resultado de procesos
evaluativos mal diseñados, indebidamente desarrollados o fundados en
‘pre-juicios’ negativos o positivos sobre las capacidades de los estudiantes.
Los estudiantes resienten una
situación como la anterior y así lo afirman en un estudio: «Desearíamos que no
nos digan que somos flojos, porque por eso bajan las notas» (Prieto et al.,
2005). De hecho, se ha constatado que muchos profesores otorgan bajas
calificaciones a los escolares provenientes de sectores populares etiquetando sus
resultados como ‘simplones’, ‘vulgares’ o ‘empalagosos’, mientras adjetivaban
los resultados de los estudiantes provenientes de sectores más favorecidos como
‘ingeniosos’, ‘sutiles o ‘inteligentes’ (Kaplan, 2004; citando a Bourdieu et
al., 1975). De este modo, las evaluaciones inscritas en la evaluación
tradicional «sobreestiman la excelencia escolar de determinados alumnos y
subestiman las de otros, (quienes) por tanto son sancionados, recompensados,
orientados, seleccionados injustamente» (Perrenoud, 2001).
En efecto, la creencia
acerca de que los estudiantes provenientes de los sectores más vulnerables y a
menudo denominados como «poco dotados», «demasiado lentos», «víctimas de
desventajas socioculturales o lingüísticas» (Perronoud, 2001) carecerían de los
bienes físicos y simbólicos requeridos para aprender, ha inducido a muchos
profesores a bajar sus expectativas respecto de sus posibilidades de éxito,
incidiendo poderosamente en su rendimiento.
Lo anterior, a su vez,
podría conducirlos al fracaso escolar y eventualmente a la deserción,
provocando un sentimiento anticipado de marginación, con todas las secuelas
negativas que esto implica para efectos de su futuro educacional y laboral.
Esta situación podría repercutir, a su vez, en la validación y legitimación de
ciertos mecanismos de inclusión y exclusión, con el consecuente daño a las
identidades de quienes son excluidos afectando seriamente sus trayectorias
escolares (Vázquez, 2007). Ello, porque estas trayectorias «se construyen en la
particular amalgama de la situación sociocultural, las condiciones
institucionales y las estrategias individuales puestas en juego. Es decir,
aquello que la institución impone a los actores tanto como el modo en que los
individuos dotan de sentido a los elementos del sistema escolar» (Gluz et al,
2002). Se podría inferir, por lo tanto, que muchos profesores evalúan desde sus
creencias y/o prejuicios respecto de la inteligencia de estos estudiantes y no
necesariamente desde la pertinencia y/o validez de sus construcciones.
Considerando lo
anterior, los resultados de aprendizaje alcanzados por los estudiantes no
constituirían necesariamente un reflejo de sus niveles de aprendizaje o de los
obstáculos epistemológicos que les impiden comprender determinados contenidos.
Serían, más bien, tanto el producto de los problemas que les aquejan y de las
dificultades que les agobian, como de las creencias de los profesores sobre la
evaluación, sus percepciones sobre los estudiantes y sobre el contexto
sociocultural en el que desarrollan sus prácticas docentes.
En efecto, tanto el
proceso de enseñanza como el evaluativo han tenido dificultades para responder
al desafío de atender la diversidad desde su complejidad. Lo que han hecho, por
el contrario, es convertir esta diversidad en desigualdad de oportunidades para
muchos estudiantes. En otras palabras, la diferencia en los aprendizajes de
estos estudiantes no sería producto de su diversidad sino de una
indiferencia a las diferencias, inscritas en la estructura y los programas
escolares tanto como en la cultura y las prácticas docentes (Perrenoud, 1998,
citando a (Bourdieu, 1966). Se ha ignorado, de este modo, que para que todos
los estudiantes aprendan se requiere otorgarles a los más vulnerables el apoyo
necesario para facilitar su acceso igualitario a los procesos formativos. Ello
implica identificar y mejorar sus carencias, desnivelar las desigualdades,
detectar y compensar sus dificultades y apoyar de manera real y efectiva la
superación de sus limitaciones. Sin embargo, en la etapa en la cual más
necesitan sentirse afiliados y reconocidos, experimentan una gran indiferencia
hacia su diversidad cultural y sus problemas. Cuando más necesitan la
afirmación de sí mismos y desarrollar su autonomía, deben someterse a la
memorización y control de verdades dogmáticas que les coartan sus posibilidades
de pensar por sí mismos y aprender a auto determinarse (Darlinget al., 2001).
Por lo tanto, y a partir
de lo anteriormente mencionado, la evaluación no sólo constituiría una
actividad administrativa que acredita el nivel de conocimientos de los
estudiantes, sino que representaría una experiencia personal y emocional de
efectos substanciales y de largo alcance, dado que condiciona no sólo el
desarrollo de sus habilidades necesarias para progresar debidamente en su
itinerario escolar, sino que inciden fuertemente en la construcción de sus
propias identidades (Litwin, 2005; Earl et al., 2003). De este modo, cualquier
intento por mejorar los aprendizajes que ignore la importancia e impacto de
estos aspectos en las prácticas evaluativas, puede ver reducido sus efectos si
los profesores no tienen conciencia respecto de su existencia, implicaciones y
efectos (Brown, 2004). Ello porque las creencias constituyen un soporte
fundamental de sus prácticas profesionales y desarrollar un trabajo docente
para que todos aprendan precisa identificar los obstáculos que lo dificultan o
frenan. Se requiere, en consecuencia, tomar conciencia respecto de la
importancia de reflexionar críticamente sobre las creencias para develar los
graves efectos incidentales que podrían afectar a los estudiantes como producto
de la implementación de procesos evaluativos mal diseñados y/o sesgados.
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