La neutralidad de la evaluación.
“Una primera afirmación que quisiera hacer -dijo
Paulo Freire en una de sus últimas obras titulada Educación y Sociedad- es de que, así como es imposible pensar la
educación en forma neutra, es igualmente imposible pensar en una evaluación
neutral de ella. No hay cualidades por las que luchemos en el sentido de
asumirlas, de recalificar con ellas la práctica educativa, que puedan ser
consideradas como absolutamente neutras, en la medida misma en que, como
valores son vistas desde diferentes ángulos, en función de intereses de clases
o de grupos” (Freire, 1998).
La neutralidad en la evaluación, buscada y defendida
desde posiciones positivistas y cientificista de la educación, constituye una
problemática, principalmente por sus implicaciones metodológicas. La exclusión
de aspectos o dimensiones del objeto a evaluar, por su dificultad para ser
operacionalizado y constatado objetivamente; la sobrestimación de determinados
instrumentos y técnicas, y la subvaloración de otras; la no consideración de
fuentes y agentes de evaluación (como el propio sujeto) de vital importancia
son, entre otras, consecuencias de esta visión que afectan la práctica
evaluativa y sus resultados. Esta visión expresa una concepción limitada de la
evaluación.
El pedagogo mexicano Santiago Hernández Ruiz (1972)
se refiere a “la perversión del concepto de evaluación en la Pedagogía” en
relación con la pretendida neutralidad, objetividad y rigurosidad matemática
que es por añadidura, discriminatoria en relación con los sujetos cuyo
aprendizaje se somete a medida. Y plantea al respecto: “No se ha advertido que
tal objetivación, en el supuesto de que fuera posible, implicaría un imperio de
la materia de enseñanza como nunca existió, ni antes ni después de Rousseau, de
tal suerte que el sujeto quedaría eliminado del acto evaluatorio, como elemento
de juicio. Con lo cual se invalidaría del modo más absoluto toda la pedagogía
de los dos últimos siglos y la mejor parte de la anterior, puesto que de
Sócrates en adelante, los educadores más solventes han sostenido la tesis de que
el conocimiento del niño, por lo menos en su calidad de sujeto que aprende, es
indispensable para educarlo e instruirlo de modo más adecuado y por
consiguiente evaluar con justicia su aprovechamiento” (Santiago, 1972)
Aquí, dicho autor, está haciendo referencia a las
implicaciones de una evaluación abstracta
e impersonal sobre la base de una pretensión de neutralidad, de
objetividad, que concluye en ser discriminatoria (en un sentido peyorativo).
Porque para valorar el aprendizaje del estudiante se aplica un patrón de medida
establecido para otras personas o una magnitud pensada en abstracto. Esta
práctica contradice un postulado fundamental de la pedagogía que plantea que no
existen dos educandos iguales y que, como principio, se debe procurar el máximo
desarrollo de los educandos según su potencialidad, dando cauce a sus
capacidades
Al abrigo de una discusión más detenida en la
problemática de los patrones de medida, y de las medidas en sí misma; la cita
hecha anteriormente pretende mostrar la fuerza con que en el discurso
evaluativo se trata el tema de la objetividad de la evaluación, vinculada a la
neutralidad, y algunas de sus implicaciones conceptuales e instrumentales.
En realidad no se trata de restar la necesaria
objetividad que debe caracterizar a
la evaluación de aprendizaje, ni condicionarla a una pretendida neutralidad,
sino de reconocer su dimensión subjetiva como algo objetivo y actuar en
consecuencia. De lo contrario sería confundir la arbitrariedad con la
objetividad y simplificar en demasía la evaluación a aquellos atributos
cuantificables del objeto que se pretende valorar.
No hay evaluación neutral. Evaluar implica formular
un juicio de valor. Cuando lo evaluado es el aprendizaje de los estudiantes el
resultado depende en gran medida del sujeto, del mismo, de la relación
sujeto-sujeto (evaluado-evaluador), tanto como de la relación sujeto-objeto
(entendida como estudiante- materia de enseñanza). Todas estas relaciones están
preñadas de pre-juicios y de concepciones valorativas sobre lo que se evalúa,
sobre el evaluado y sobre el evaluador.
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