Medición y evaluación.
El debate
sobre si se trata de una medición del aprendizaje o de una evaluación ocupa un
espacio considerable en el tratamiento que numerosos autores hacen del tema. En
la actualidad se muestra el interés de diferenciar la medición de la
evaluación, con la intención de trascender el restrictivo basamento en datos
cuantificables y subrayar la riqueza del análisis cualitativo. Una breve
referencia histórica ofrece luz en esta problemática de la evaluación.
En 1903
aparece el primer libro sobre medición educativa de Edward Thorndike,
considerado el padre de las “modernas mediciones educacionales”, aunque en 1864
George Fisher había publicado los “Manuales de escalas de evaluación”
coincidente con el gran auge de los exámenes de admisión que se produce a
finales del siglo XIX. Thorndike fue un ferviente defensor del experimento y la
medición.
El
postulado de Thorndike es difícilmente rebatible epistemológicamente, pero
entraña serias dificultades para el conocimiento concreto del objeto, porque
requiere disponer de teorías pertinentes sobre la naturaleza del mismo, así
como de potentes instrumentos (técnicas, procedimientos) para su estudio acorde
con la naturaleza de tal objeto. Esto es aún insuficiente en el caso del
aprendizaje. Posiblemente sea la razón central en la que se sustenta tantas y
fuertes críticas que se hacen hoy día a la medición del aprendizaje,
potenciadas sin dudas por justos argumentos de carácter socio político, en
tanto la evaluación está demasiado determinada por factores de tal índole.
Las ideas de
Thorndike, asociadas con el auge de los modelos experimentales de los trabajos
del campo de la Psicología, tienen gran repercusión en el ámbito educativo. Se
produce la identificación de la evaluación con la medición (evaluar = medir)
con referencia al aprendizaje. Se le adjudica a la evaluación el significado de
“medir resultados utilizando algún tipo de instrumento formalizado que produce
información para ser comparada con alguna clase de escala estandarizada”
(Gardner, 1977.)
El rápido desarrollo de técnicas para la medición
educacional y de su aplicación, que se produce en las décadas comprendidas
entre las dos guerras mundiales, se correspondió con la proliferación de los
tests y su empleo en distintas esferas de la práctica social con propósitos no
solo científicos, sino de selección y clasificación de personas a distintos
efectos (laborales, militares, etc.). El desarrollo de las ideas conductistas
desde la psicología y positivistas, desde la filosofía, dieron sustento teórico
para la favorable acogida de la medición de los fenómenos educativos, en
especial, del aprovechamiento de los estudiantes, como expresión de su
aprendizaje.
En particular se puede destacar la influencia de la
investigación experimental en Psicología basada en un modelo de pretest - proceso
instructivo - postest, con fuerte control de variables y donde resultan claves
conceptos como los de validez, confiabilidad, generalización, en el enfoque de
la evaluación del aprendizaje. Este modelo es el que Stufflebeam y Webster,
(1981) denominan “cuasi-evaluación” porque se inicia con cuestionamientos y
metodología que pueden ser o no apropiados para enjuiciar valores. Es el modelo
conocido también como “botánico-agrícola” muy criticado por autores que asumen
posiciones cualitativas, como Parlett et al., (1976).
Los argumentos críticos se mueven en la línea de
mostrar lo arbitrario de una medición de un fenómeno tan multifacético y rico
como es el aprendizaje (y la situación educativa en general), ya que implica
una abstracción que lleva, por lo general, a un primer plano rasgos no
esenciales, secundarios, del objeto que se evalúa. Porque desconoce, subvalora
o evita, por contaminante, el análisis de los significados que tienen para los
sujetos de la evaluación los hechos evaluativos y las interacciones que se
producen durante los mismos. Por su empleo de escalas cuyos requisitos no se
corresponden con los de los atributos que suponen miden; el tratamiento
inadecuado desde el punto de vista matemático de los datos que artificialmente
se distribuyen según dichas escalas. Por la subordinación de la evaluación a
los instrumentos y procedimientos.
La crítica a la medición del aprendizaje se asocia,
también, con la tendencia a evaluar sólo productos y no el proceso de
aprendizaje, que ha sido la práctica dominante. Quizás porque es mucho más
difícil cuantificar el proceso. Se vincula, además y de modo consecuente con lo
anterior, a las calificaciones, o sea a la asignación de notas.
Vale
llamar la atención respecto a dichas críticas, pues los argumentos que se
esgrimen hacen referencia a deficiencias en la forma de concebir o de realizar
la medición y no son suficientes para cuestionar la medición en sí misma, la
cual es una faceta legítima de la evaluación. Todo objeto posee atributos
cuantificables y cualificables, por lo que al evaluarlo se requiere tener en
cuenta ambos, siempre que sean esenciales, es decir que informen sobre la
naturaleza de aquello que se evalúa; y siempre que no se “fuerce” la relación
entre los atributos objeto de atención, el sistema de referencia y los
procedimientos que permite establecer la cantidad de dicho atributo o
características del objeto.
Por
ello, más que de una polémica entre evaluación y medición, debería tratarse de
las relaciones entre la cualificación y la cuantificación contenidas en la
evaluación. La cualificación hace énfasis en la descripción y caracterización
de los atributos, en su especificidad, su idiosincrasia. La cuantificación
establece relaciones de orden, de medida de los atributos, para lo que se
requiere disponer de unidades de medidas más o menos precisas, más o menos
estandarizadas, pero que respondan a la naturaleza del objeto que se estudia o
valora. Es legítimo hablar de una medición cualitativa, que establece grados o
niveles de atributos del objeto a partir de la presencia de determinadas
características cualitativas. Ambas, cuantificación y cualificación, proveen
datos que se interpretan, se valoran, de
acuerdo con un sistema de referencia. La evaluación establece el valor de algo
apoyada en la información (cualitativa y cuantitativa) de que dispone sobre ese
algo y en los conceptos o modelos “ideales”, reconocidos como valiosos social y
culturalmente y pertinentes científicamente, que funcionan como referentes. En
síntesis, la evaluación supone medición.
En todo caso
el límite entre evaluación y medición del aprendizaje es movedizo, en función
de que se disponga de mayor o menor conocimiento y herramientas teóricas y
metodológicas para caracterizar cuantitativamente el aprendizaje.
El debate
entre la cuantificación del aprendizaje y su evaluación cualitativa es una
manifestación particular de una polémica más amplia entre los conocidos
enfoques cualitativos y cuantitativos o experimentales que tiene lugar en las
ciencias sociales en general y, con énfasis, en la investigación educativa.
Así, todos los aspectos del debate teórico y metodológico que se dan en un
nivel más amplio, pueden, prácticamente, llevarse al tema particular de la
evaluación del aprendizaje. Incluidas, al parecer, las soluciones orientadas a
compatibilizar ambos enfoques.
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