Otra
instancia de reflexión, con base en los aportes de la investigación en
Educación Matemática, conduce a que los problemas de la evaluación de los
conocimientos matemáticos deben ser planteados desde una dimensión
epistemológica, puesto que el objeto de la evaluación del aprendizaje es el
mismo objeto de conocimiento que la enseñanza pone en acto, por lo que revela
posicionamientos epistemológicos sobre la matemática y, en particular, la
matemática que podríamos denominar escolar.
Al
respecto, García, G. (2003) destaca que ese análisis aporta elementos para
develar los intereses ideológicos presentes en la inserción de la matemática en
los proyectos escolares y que por lo tanto se conjugan para poder comprender
las funciones sociales, políticas y culturales de la educación matemática.
La reflexión sobre los problemas
epistemológicos de las matemáticas, no se da por las necesidades internas de
las matemáticas –objetividad, rigor- sino que se ubica en un contexto más
amplio; se pregunta, por ejemplo, por el sentido de las matemáticas en la
sociedad y en una historia y en una cultura determinada. (García, G. 2003).
La evaluación de los aprendizajes sirve a
múltiples propósitos y desempeña diversas funciones. La función que
históricamente se le ha asignado es la función social por cuanto está asociada
a la institución escolar y, por consiguiente, a las funciones que en distintas
épocas se le han asignado a ésta, en el mercado de trabajo (García, G. 2003).
Es por dicha razón, que su función social es la de certificar y acreditar la
escolaridad, de garantizar formalmente niveles de competencia pero estas
certificaciones lo que no pueden asegurar es que sea cierta tal garantía. Esta
función también cumple una función selectiva y clasificadora sobre los
individuos.
Una función que constituye la legitimización
de la evaluación es la función pedagógica puesto que centra su interés en la
regulación, control del aprendizaje y sus interacciones. En este sentido, los
contextos de aprendizaje, el tipo de tareas escolares y los contenidos del
aprendizaje forman parte del modelo de evaluación.
Pero también interesa el conocimiento y la
comprensión del desarrollo del estudiante para detectar los puntos de avance y
de retroceso, de carencias y así evitar el fracaso antes de que se produzca.
Por tales motivos, la comprensión de los
modelos existentes para la evaluación de la matemática requiere tener en cuenta
sus funciones y sus diversos componentes.
En general, se puede afirmar que un modelo
prescribe lo siguiente:
• Qué objetos se consideran para ser evaluados
(variables)
•
De qué forma se analizan (métodos)
•
Qué técnicas se usan para recoger información sobre los objetos.
Giménez (1997) considera
que los modelos de evaluación de los aprendizajes tienen en cuenta tres
elementos fundamentales. A saber:
•
La materia y cómo se interpreta
•
El sujeto y sus características
•
Las condiciones del entorno (condiciones ecológicas).
En función de ello se plantean tres tipos
fundamentales de variables en la evaluación: curriculares, psicológicas y
ambientales. Estos tres tipos de variables hacen referencia a las prioridades
que se dan a las distintas componentes del currículo y el qué es prioritario en
la evaluación. Las variables llamadas personales o psicológicas son las que se
centran en la comprensión y la realidad de los sujetos. Pueden ser los logros
conseguidos en general, las habilidades que subyacen, el papel que ejercen los
modelos de inteligencia, etc. Las de tipo curricular se centran en lo que va a
ser evaluado: el tratamiento de contenidos, la asignación de objetivos, el tipo
de actividad, la metodología, motivación, etc. Las variables ecológicas o
ambientales se refieren a características fundamentalmente de tipo metodológico
del sistema. Así, se consideran ambientales: promoción de valores, acción e
investigación del proceso (Elliot, 1990) y el papel del profesor e influencia
de las interacciones en el aula, entre otras.
Los tres tipos de variables enunciadas se
pueden asociar a modelos distintos según que se enfaticen unas sobre las otras,
pero no suele ser común que un cierto modelo se centre, exclusivamente, en
alguna de ellas. En todo caso, podríamos hablar de un modelo más ecológico, o
más personal, o de orientación sólo curricular.
Cuando
los modelos están bien definidos determinan con precisión el objeto de
evaluación –qué es lo que evalúa el modelo- mediante un constructo explícito
(rendimiento, logro, competencia matemática, comprensión). Pero el objeto a
evaluar depende, en primer lugar, de los criterios con que las distintas
culturas validan lo que es conocimiento; y en segundo lugar, de los criterios
que las disciplinas establecen para la validez del conocimiento. Es importante
señalar que cuando hablamos del objeto a evaluar, lo hacemos en el sentido
metodológico, tenemos como hilo conductor fundamental a la persona, al
estudiante; se evalúa la comprensión del estudiante, el conocimiento matemático
del estudiante, su logro o su rendimiento de acuerdo con el constructo que
plantea el modelo.
A
partir de las afirmaciones anteriores se presentarán algunos modelos que,
planteados en los últimos diez años, nos permitirán hacer algunas reflexiones
acerca de los aspectos fundamentales que se consideran en dichos modelos. Van
den Heuvel-Panhuizen (2003), plantea un modelo didáctico de la evaluación donde
se parte del concepto de la matemática como una actividad humana, acorde con
una concepción naturalista y relativista donde se privilegia la interacción y
la práctica social. Se habla de una "evaluación didáctica" ó
"evaluación instruccionalmente integrada", donde la evaluación es
entendida como una instancia para promover los procesos de enseñanza y
aprendizaje de la matemática, y estaría estrechamente ligada a las prácticas
educativas cotidianas de los docentes.
Se plantea que éstos deben fomentar un
medioambiente que permita a los estudiantes desarrollar o seleccionar un modelo,
hacer uso del conocimiento adquirido en problemas contextuados, razonar para
encontrar alternativas del uso de la información y seleccionar o desarrollar
estrategias de soluciones adecuadas y eficientes. Se considera, dentro de este
modelo, que la instrucción y la evaluación deben ser epistemológicamente
consistentes. Por tanto, la concepción que tenga el docente acerca de cómo la
matemática es aprendida y cómo la matemática debe ser enseñada, tiene que estar
en correspondencia con el cómo la matemática debe ser evaluada.
Linchevski
et al., (1999), presentan el modelo de evaluación TAP (Together and Apart) que
trata de promover el concepto de equidad, entendido como la conformación de una
comunidad, de un medio ambiente de aprendizaje, donde a partir de una
interacción social se produzca un conocimiento matemático compartido, lo que
permite que todos los miembros de esa comunidad puedan expresar sus diversos
puntos de vista. El reconocimiento de esa diversidad no obsta para que se
plantee la construcción, por parte del estudiante, de un "conocimiento
matemático indispensable"; el reto de la evaluación consiste en proveer al
estudiante de actividades que promuevan la construcción efectiva de ese
conocimiento.
Existen modelos que se articulan con
enfoques curriculares que enfatizan las condiciones del "saber hacer"
en matemática, por tal razón el objeto de evaluación está centrado en lo que
los alumnos "saben o saben hacer", e incluye también la evaluación de
actitudes y esfuerzos de los estudiantes. Una parte importante de este modelo
lo constituye el tipo de tareas o situaciones que se proponen para la
evaluación.
Las tareas de evaluación deben
expresar, en buena medida, la visión de la matemática como elemento de cultura,
es decir, "la dimensión cultural de la matemática dentro del sistema
escolar", pues los criterios, o competencias, y las actividades deben
poner de manifiesto su carácter de herramienta para interpretar y para dar
significado.
Un
posible obstáculo para la puesta en marcha de este tipo de modelo es la
necesidad de contar con un docente que posea una profunda comprensión de las
estructuras conceptuales y de los procedimientos matemáticos y de núcleos
importantes de actividades matemáticas asociados a un conjunto de problemas, lo
cual debe sumarse al conocimiento de teorías cognitivas y de aprendizaje de la
matemática e igualmente asumir la complejidad de estructuras y procedimientos
para establecer niveles de comprensión.
Giménez
(1997) presenta un modelo donde se considera la evaluación como un proceso
crítico de reflexión-acción (que forma parte del propio proceso de enseñanza y
aprendizaje) en el cual se registran y analizan los cambios que se producen en,
lo que dicho autor denomina, el "modelo matemático del estudiante y del
profesor", por la acción del aprendizaje. Ese "modelo matemático del
estudiante" sería el conjunto de variables que reconocen las bases del
conocimiento del estudiante en su trabajo cotidiano que debe ser evaluado y lo
definen en a cuanto su adquisición, comprensión y posición general frente al
contenido y su desarrollo en el aula. Se consideran una serie de variables que
serían fundamentales para identificar ese conocimiento matemático del
estudiante. Ellas serían: pensamiento matemático, capacidades matemáticas,
habilidades y destrezas matemáticas, análisis de contenido y modelo cognitivo
matemático, razonamiento matemático e integración en el aula de matemática.
La
importancia del abordaje de este modelo es que trata de superar lo que algunos
autores denominan una visión esencialista del conocimiento matemático, que ha
devenido en una aproximación precaria a los procesos de enseñanza-aprendizaje
de la matemática. Se haría necesario desarrollar una nueva visión del
conocimiento matemático que conduzca, en consecuencia, a nuevos procedimientos
de valoración que permitan reflejar los cambios en las concepciones
epistemológicas y metodológicas de abordar la enseñanza y el aprendizaje de la
matemática.
Anku (1996), propone un modelo
multi-dimensional de la evaluación que debería ayudar a expandir el panorama de
lo que significa la evaluación en matemática. Este modelo usa un contexto
basado en el razonamiento matemático y sus componentes comprenden los conceptos
matemáticos, la comunicación, la resolución de problemas y la actitud hacia la
matemática. El énfasis de que se debe "empoderar" matemáticamente a
los individuos y a la sociedad es el punto central de este modelo.
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